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viernes, 16 de diciembre de 2011

Porque es Navidad...



Por si no os habéis dado cuenta, ya estamos en Navidad. Cuando era niño, la Navidad comenzaba el 22 de diciembre, el día del sorteo de la lotería y el día en que terminaba el colegio. Ahora, el inicio de la Navidad lo marcan Cortilandia y el anuncio de Freixenet. Es lo que tiene el capitalismo, que lo engulle todo, lo digiere y lo regurgita convertido en un bonito producto comercial.

Cuando era niño, esperaba con ansia la llegada de la Navidad porque era el momento de renovar mi exiguo catálogo de juguetes. En la adolescencia, esperaba las fiestas navideñas porque las televisiones ponían películas de estreno –veinte años después, Telecinco y Antena3 siguen emitiendo las mismas películas–; además, en Nochevieja podía salir hasta muy tarde sin que me costase una bronca por parte de mis padres.

Ahora, he de reconocerlo, me aburre tremendamente la Navidad. No soporto la retahíla de anuncios de perfumes, la hipócrita sensiblería que invade a las personas, la repetición un año tras otro de ‘Love Actually’, los telediarios que repasan lo peor y lo mejor del año, los telemaratones y las galas solidarias, las cenas familiares, los Papá Noel colgados de los balcones, las lucecitas estridentes, los villancicos cantados por niños, la lotería que siempre toca “a quien más lo necesita” -¿y yo?-, a Ramón García dando las campanadas de Año Nuevo, a mi padre repitiendo una vez más “el año que viene compraremos petardos”, los mercadillos navideños…

La Navidad, seamos sinceros, sólo la disfrutan los niños y los borrachos. Y yo, que soy un profesional del beber, empiezo a encontrar bastante poca diversión en meterme en un bar atiborrado de gente empeñada en gritar y cantar ‘hacia Belén va una burra rin, rin’… Dejadme que me encierre en casa con una botella de ginebra y un buen surtido de tónicas. Fumaré un pitillo tras otro viendo ‘The Wire’ –a los barrios bajos de Baltimore no llega Papá Noel- y hasta es posible que me masturbe pensando en Anne Igartiburu, pero por favor, no me obliguéis a pasármelo bien simplemente “porque es Navidad”.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Es la economía, estúpidos



En 1992, James Carville, estratega de campaña del aspirante a presidente de Estados Unidos Bill Clinton, colgó en la puerta de su cuartel electoral las tres ideas que habían de guiar al candidato demócrata hasta la Casa Blanca. La segunda de ellas rezaba ‘Es la economía, estúpido’. La frase acabó convirtiéndose en una especie de eslogan no oficial de la campaña de Clinton, al estilo del ‘Yes, we can’ de Obama. Y con el tiempo se ha convertido en un chascarrillo muy recurrido por todo tipo de analistas y tertulianos cuando quieren destacar la importancia de la economía por encima del resto de preocupaciones de un país.

‘Es la economía, estúpido’ es una frase que, en un contexto u otro, le han dicho a José Luis Rodríguez Zapatero en centenares de ocasiones en los últimos tres años y medio. ‘Es la economía, estúpidos’ es lo que deben de pensar en su fuero interno los dirigentes de CiU, que tras salir reforzados en las últimas elecciones generales, se disponen a aplicar toda una batería de medidas de recorte y contención del gasto que, simplemente, ponen los pelos de punta. Y probablemente es lo que piensan muchas personas en las plantas nobles de Génova, la sede del Partido Popular.

La economía como gran problema no solo nacional, sino global, es, además, una magnífica tapadera para otros problemas no menos acuciantes, pero quizás no tan rentables en términos electorales. “Si España tiene un problema de déficit, reduzcamos gastos”, piensan unos. Y así se justifica, por ejemplo, el abandono de la Ley de Dependencia. Sin explicar que ese abandono provocará que muchísimas personas que malviven de la ayuda que ahora les llega, se quedarán sin nada. Para ejemplificar esto que digo, recomiendo leer este emocionante reportaje de Periodismohumano.com.


Y no es sólo la Ley de Dependencia. Es también la sanidad y la educación públicas, el aumento de la precariedad laboral a base de becarios y de contratos temporales, es la falta de una estrategia clara de inversión y apoyo a I+D+i, la carencia de un plan concreto para fomentar el uso de energías renovables, el desprecio absoluto a los derechos sociales, como el matrimonio homosexual o la Ley de Igualdad, porque, en opinión de algunos, no son prioridades para la mayoría de los españoles y, además, ofenden su moral.

Es la economía, estúpidos. ¿O acaso no os habíais dado cuenta?

sábado, 19 de noviembre de 2011

Elecciones de todo a cien


Eso es lo que son: unas elecciones de saldo. Con candidatos ‘made in Taiwan’ y mensajes para cerebros con encefalograma plano. No es ningún secreto que Rajoy tiene poco tirón entre sus propios votantes, de igual forma que Rubalcaba no excita a la parroquia socialista. No hablemos de Cayo Lara, ese señor con pinta de agricultor –que es lo que es-, o de Duran i Lleida, quien tan pronto aporrea una batería como fustiga a los homosexuales y a los moros. Rosa Díez es demasiado estridente, y la pareja Uralde-Sabanés (Bud Spencer y Terence Hill) no tiene visibilidad.

Así que mañana muchos iremos a votar más por tradición que por convicción. Porque lo es que es ilusionar, ninguno de los candidatos lo hace. Tampoco es que la coyuntura ayude. Gane quien gane, nos esperan unos años más bien durillos. ¿Cómo vas a ver con ojillos tiernos a tu candidato, si sabes que te la va a clavar en el momento menos esperado? Ante semejante panorama, mañana más que votar, iremos a dar el pésame a nuestro maltrecho estado de bienestar.

Habrá quien piense que para eso es mejor quedarse en casa. Abstenerse. No votar. Mandar a los políticos a freír espárragos. Postura respetable pero, a mi juicio, equivocada. Primero, porque la democracia es el mejor sistema político posible, o el menos malo. Y democracia significa elegir libremente una opción política. Significa mucho más, desde luego, pero sobre todo, tener la capacidad de elegir. Y segundo, porque abstenerse supone dar la razón a todos los que piensan que lo importante no es lo que digan los votos, sino lo que digan los mercados y la famosa ‘prima de riesgo’. Y no, por mucho que los mercados o Alemania nos impongan medidas de ahorro, no es lo mismo que las aplique un partido u otro.

Por eso yo mañana votaré, aunque no me enamore mi candidato y sus eslóganes de campaña me den risa. Votaré porque mientras no se demuestre lo contrario, en España mandan mi voto, el tuyo y el suyo, y no un bono alemán o un fondo de inversión japonés. Reflexionad sobre eso.