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jueves, 26 de noviembre de 2009

Una pausa para la publicidad

La Ochard Street Parka te protege con tejido exterior Happy Cross Dye Herringbone Omni-Tech, impermeable y transpirable, con interior en tafeta con relieve Inspiration y un forro polar Melange con deperlancia avanzada Omni-Shield, amovible mediante Interchange System de tres puntos. Queremos evitar que te enfríes, pero no que se enamoren de ti.

Ignoro si los escasos lectores que tiene este blog han logrado leer en su totalidad el texto de arriba. Probablemente los pocos que lo hayan hecho no se hayan enterado de nada. Yo tampoco, lo confieso. Esas líneas de texto proceden del anuncio de una prenda de abrigo publicado en una revista española (probablemente en más, pero sólo lo he visto en una).

Me gustaría conocer al iluminado publicitario que perpetró el texto. A buen seguro esas palabras carentes de sentido para el común de los mortales encierran algún significado oscuro más propio de una novela de Dan Brown que de un simple anuncio. ¿Qué se esconde en realidad detrás de esa criptográfica redacción? ¿Acaso es un conjuro para resucitar a los muertos? ¿Una receta para convertir los excrementos de las palomas en oro líquido? ¿El secreto de la fuente de la eterna juventud? ¿La fórmula magistral para que Rajoy consiga ganar por fin unas elecciones generales? ¿Un código secreto para averiguar la verdadera edad de Sara Montiel? Probablemente nunca sabremos la verdad, salvo que el autor de esos versos satánicos resulte ser lector de este blog y quiera compartir su arcana sabiduría con nosotros…

Ahora bien, si lo que el autor del texto quería expresar era las características de una prenda que, como dice la última frase, ‘evita que te enfríes, pero no que se enamoren de ti’, podía haber optado por una redacción quizás más simple, sí, pero mucho más clara para nosotros, pobres mortales. Y es que de la misma forma que con una parka se puede estar calentito sin perder atractivo, también en publicidad se puede ser eficaz sin hacer el ridículo, querido amigo publicitario…

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Me joden...

Me joden los intransigentes de uno y otro tipo.
Me jode el cabrón que fuma en el baño de ‘caballeros’ de mi trabajo.
Me joden las triquiñuelas de los políticos.
Me jode que la gente pida la luna.
Me jode no ser capaz de alcanzarla.

Me joden los prepotentes, los cobardes y los mentirosos.
Me joden los sinceros a destiempo.
Me joden las cagadas de perro en las aceras.
Me joden los que aparcan en doble y triple fila.
Me jode la coliflor.

Me joden el bigote las barbas de Rajoy y las cejas de Zapatero.
Me jode no ser guapo ni rico.
Me joden los que se lo creen.
Me joden los fanáticos de un dios que nunca han visto.
Me joden los descreídos y los cínicos de nacimiento.

Me jode la gente que siempre tiene una sonrisa en la boca.
Me joden los amargados que son incapaces de reír.
Me jode trabajar por la noche.
Me joden los fachas.
Me joden los progres que llevan a sus hijos a colegios de pago.

Me jode que se acabe la cerveza.
Me jode ser cada segundo más viejo.
Me jode que ella no me quiera.
Me jode no joder…

… Y a ti, ¿qué te jode?

viernes, 13 de noviembre de 2009

El bigote de Aznar

Si tuviera que sintetizar en un simple rasgo la personalidad de Aznar, elegiría su bigote. De la misma forma que el PSOE montó toda una campaña electoral en torno a las cejas de Zapatero, el bigote de Aznar resumen la evolución del personaje y la persona.

Cuando, en 1989, fue designado candidato del Partido Popular a las elecciones generales de aquel año y se convirtió en el azote de Felipe González, José María Aznar lucía un tupido y lustroso mostacho. Cuenta la leyenda que se lo había dejado crecer para ocultar una parálisis del labio superior consecuencia de un accidente.

Mitos aparte, el bigote de Aznar fue menguando al mismo ritmo que crecía su melena y el político mostraba su verdadera personalidad. Del viaje al centro y la derecha moderada, de hablar catalán en la intimidad, Aznar, y el PP de su mano, pasó a endurecer su discurso y a denostar a los nacionalismos que previamente le habían apuntalado en el poder.

Y es que da la sensación de que a medida que su bigote se volvía más ralo, Aznar se iba liberando del personaje y dejaba traslucir su auténtica personalidad. Retirado de la política activa y dedicado, como muchos otros ex presidentes, a dar conferencias, Aznar no se corta ni un pelo (salvo los de debajo de la nariz). Con un bozo rasurado, más una constelación de puntitos grises que un auténtico adorno facial, hoy dice lo que piensa sin importarle si los mandobles alcanzan a la izquierda o a su propio partido. El bigote de Aznar ha alcanzado su mínima expresión posible justo cuando Aznar parece ser más auténtico que nunca. Ayer hasta estuvo simpático.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Elvis está vivo

Elvis está vivo. Se ha reencarnado en perro pekinés y lleva una placentera existencia en mi urbanización deambulando del plato de ‘dog chow’ al parque público donde deposita sus marranaditas ante la atenta mirada de su dueño, que no es el Coronel Tom Parker pero se le parece. Cagar en un espacio público no es lo mismo que disparar a la tele, pero no me negarán que sigue teniendo su puntito de rebeldía.

Es lo malo que tiene esta manía de ponerle nombres curiosos a las mascotas. La gente no tiene mucho criterio, y lo mismo te puedes encontrar a un jilguero bautizado como ‘Bisbal’ que a un doberman llamado Fidel.

En mi infancia los perros tenían nombres como ‘Tim’, ‘Tom’, ‘Moro’, ‘Bill’, ‘Canelo’… Nombres sencillos, fáciles de recordar. Un tío mío tuvo varios perros y a todos los llamaba igual: ‘Sultán’. Así, cuando se le moría uno, no tenía que preocuparse de memorizar el nombre del siguiente. De hecho, sospecho que llamaba 'Sultán' a cada uno de los cerdos, cabras y gallinas que tenía en su finca. Un ejemplo de originalidad, mi tío.

Ahora parece que si tu mascota no tiene un nombre ingenioso no sois nadie, ni tú ni el animal. Un ejemplo: vas a casa de un amigo y te enseña su mascota, un asqueroso perro chihuahua -¿por qué, Dios, hiciste seres tan feos?- y te dice que se llama ‘Tim’. Pues vale. Le dices que la próxima vez se compre un perro de verdad y no una rata disfrazada y a otra cosa. Pero si el mismo amigo te enseña al mismo perro feo y te dice que se llama ‘Jesulín’, ¿qué? Pues te descojonas de la risa y hasta es posible que el animal te acabe cayendo simpático. No te digo nada si lo que tiene es una cotorra a la que llama ‘Patiño’.

En fin, que esto de los nombres ingeniosos para las mascotas no es más que una moda. De hecho, creo que el hecho de tener mascota en sí mismo no es más que una moda y que, tarde o temprano, acabaremos acompañando nuestra vejez con robots que imitarán a los animalitos. Aunque puestos a elegir, prefiero acompañar mi vejez con un robot que imite a una veinteañera exuberante. Por pedir, que no quede.

viernes, 30 de octubre de 2009

Una de miedo


Puede que sea pura casualidad –o no, que diría Mariano Rajoy–, pero no deja de ser curioso que el defenestrado Ricardo Costa, Ric para los amigos, saque a pasear su cadáver político justo antes de la celebración de Halloween, la cosa esa de los muertos que los americanos han terminado por imponer como fiesta a medio mundo. Y ahí tenemos al pobre Mariano, cual Buffy Cazavampiros, rebanándole la cabeza –aunque sólo un poquito, ‘cautelarmente’ en definitiva– al zombi Ric.

Hablan los informativos de que este sábado se celebra la fiesta del terror. Y pienso yo que para terror, el que ha tenido que experimentar Rajoy esta semana. Primero, el vampiro y la vampiresa atacándose directos a la yugular. Pero no se querían chupar la sangre mutuamente, no se crean. Lo que buscaban era chupar la sangre de los madrileños a través de Caja Madrid.

Después, la Mañana de los Muertos Vivientes, con Ricardo Costa en el papel protagonista y Francisco Camps –lo suyo es muy bonito– argumentando que Ric está estupendo y que en Valencia no huele a descomposición, sino a rosas y azahar. Y Mariano que no gana para sustos. Métanlo en el Pasaje del Terror, invítenle a pasar una noche en el Motel Bates, llévenle de cena con Leatherface… Pero, por favor, no le obliguen a seguir soportando a la banda de 'freaks' que tiene como compañeros de partido. A este paso, al próximo comité ejecutivo tendrá que aparecer con una ristra de ajos al cuello y balas de plata en la recámara.

jueves, 1 de octubre de 2009

La carta


Sentado, con los codos apoyados en las piernas y la mirada perdida en el suelo. Así se encontraba, dentro del vagón de metro. Sostenía entre las manos un sobre ancho blanco al que, de vez en cuando, lanzaba furtivas miradas, como si no creyera realmente que estaba allí, como si no supiera cómo aquel pedazo de papel había llegado a sus manos.

Sentado, pensó en su mujer, que acababa de encontrar un trabajo por seis meses como administrativa en una empresa de venta de material de oficina. Ahora que las cosas parecían ir un poco mejor, llegaba esto. Pensó en cómo daría la noticia a sus dos hijos. El mayor, de catorce años, era un chaval espabilado que sabría comprender la situación. El pequeño, de nueve, quizá no entendería bien lo que significaba todo aquello.

La carta giraba en sus manos mostrando alternativamente el anverso y el reverso. Odió con todas sus fuerzas aquella manera aséptica de transmitir las malas noticias. Un papel impreso escondido en un sobre blanco. Una forma despiadadamente cobarde de decir “se acabó”. Le quedaban doce días, según la carta, y luego…

Conocía a mucha gente que se había visto en la misma situación. Amigos, compañeros del trabajo, conocidos del bar al que acudía cada domingo a tomar el aperitivo… Gente que un día se encontró, como él, con un sobre entre las manos, sentado en un vagón de metro, o en un tren de Cercanías, o en un autobús urbano. Cambiaba el decorado, pero la angustia y la rabia eran las mismas. Y sabía lo que le esperaba. Sabía que se sentiría fracasado, que se deprimiría. Que por las mañanas el despertador ya no sonaría para él. Algunos acababan tan deshechos que se hundían en la autocompasión o en el alcohol. Otros, a fuerza de mirar la vida a la cara y de echarle narices, salían a flote. En lo que fuera, daba lo mismo. El caso era seguir adelante.

Veintisiete años levantándose todos los días a las seis de la mañana. Veintisiete años recubriendo sus manos con la grasa de máquinas que montaban piezas de motor y arrancaban dedos si uno no estaba atento. Veintisiete años trabajando nueve horas diarias, con un mes de vacaciones, convertido en un autómata domesticado a fuerza de repetir todos los días la misma rutina. Veintisiete años que se acabarían en doce días.

Una mujer que estaba sentada junto a él se levantó en Vinateros y dejó sobre su asiento un manoseado diario gratuito. Cogió el periódico, lo abrió y se le llenaron los ojos de lágrimas. Un banquero se acababa de jubilar con una pensión de 52 millones de euros.

lunes, 14 de septiembre de 2009

La muerte os sienta tan bien


“Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”... Seguro que cuando James Dean pronunció esta mítica frase sólo pensaba en dejar un recuerdo imborrable en sus seguidores, pero hoy en día cualquier directivo de cualquier multinacional de la industria musical la firmaría incluso sujetando el bolígrafo con su esfínter, si hiciera falta. Y si me apuráis, ni siquiera es importante vivir rápido o morir joven. Lo importante es dejar un cadáver que ofrecer al carroñero que todos llevamos dentro.

Fijaos en el caso de Michael Jackson: un tipo que ascendió a los cielos de la fama, las ventas multimillonarias y la adoración de las masas para luego caer en picado a los infiernos de la ignominia y la difamación. Y ahí lo tienen, recién enterrado –parece mentira lo que tardan en dar sepultura a sus cadáveres los americanos, y si no me creéis, acordaos de James Brown– y vendiendo discos a cascoporro. Pero no es el único caso. ¿Alguien lleva la cuenta del número de discos de grandes éxitos que ha editado Queen desde que feneciera Freddie Mercury? Y qué decir de los Beatles. Con la mitad de sus miembros criando malvas, y mantienen vivo el mito a base de recopilatorios, reediciones, musicales y hasta tazas de café.

Lo curioso de este fenómeno es que sólo parece afectar a las estrellas internacionales, porque dentro del panorama patrio, ¿quién se acuerda hoy de Nino Bravo, Cecilia o Enrique Urquijo? ¿Cuántas copias se han vendido del disco recopilatorio de Antonio Vega, editado deprisa y corriendo a los pocos días de morir? ¿Qué fue de Burning después de que falleciera Pepe Risi? Pero ya se sabe que en España aplicamos a rajatabla aquello de “el muerto al hoyo y el vivo...”